Una caminata
Cuando comenzamos a caminar estaba haciendo calor y el sol brillaba sobre el cielo payanés. Ella, quería dar una vuelta, y por supuesto, yo la acompañé.
Nos habíamos conocido unos meses atrás, en la casa de Gisela, donde yo solía ir a almorzar. La primera vez que la ví me pareció pequeña. estaba muy delgada y casi no hablaba. En lo primero en que reparé fue en sus orejas terminadas en punta, como las de los elfos.
Al principio se veía timida y sus ojos revelaban una tristeza infinita. Entre su madre y su novio la habían traído cargada dese el taxi hasta la mesa del comedor, luego de que por fin la dieran de alta del Hospital.
Yo empecé a bromear como siempre pues quería verla sonreir. Su madre nos había preparado a todos para enfrentar la situación. S. había sufrido un desmayo después de que en la casa donde tomaba un cuarto en alquiler, hicieron una fumigación para erradicar las cucarachas. Cuando despertó no podía mover el cuerpo.
La chica debió faltar a sus clases de séptimo semestre de medicina. Estuvo interna mientras le tomaban una infinidad de exámenes que no daban muchas pistas de su mal. Al final los médicos concluyeron que se trataba de una enfermedad autoinmune, de esas que hacen que las "tropas" del cuerpo, se vuelvan en contra de su "pueblo", o sea el organismo.
Almorzó con nosotros, pero casi no comió nada. Estaba callada y mis payasadas no surtían efecto. Luego de un rato su madre la convenció de que jugara cartas con mi gran amigo Darío y conmigo, o sea con el par de "cómicos" de la zona. Eso le arrancó una sonrisa.
Gisela, la señora de la casa donde estabamos, estuvo al frente de la situación, cuando la madre tuvo que volver a Pasto, a retomar su trabajo, y debió dejar a su hija. Afortunadamente, estaba en las mejores manos del mundo: las de una amiga de verdad.
S. ya podía mover todo su cuerpo, excepto las piernas cuando fue a almorzar por primera vez con nosotros. Así que era muy común verla hacer esfuerzos indecibles para desplazarse. Sus brazos fueron su mejor herramienta. Con ellos subió escaleras y se sujetó de cuanta cosa estable hubiera en la casa. Así se empezó a mover cada vez más.
Me recuerdo acomáñándola a la piscina del Colegio Seminario. Yo empujaba la silla de ruedas, pero sus fuertes brazos eran más potentes que todo mi cuerpo. Se notaba que era deportista de competancia. Cuando cruzabamos la calle, su mente le pedía acción, y por eso, yo que soy tan prudente para cruzar calles, terminé pasando la Avenida Panamericana a toda velocidad para que ella estuviera a gusto...
Subir y bajar aceras era una aventura. Pero válía la pena ir a esa piscina, pues uno señor que tenía una grave lesión de rodilla, había consagrado sus sábados a yudar a la gente que iba a ese sitio a hacer terapia de recuperación.
Así, S. empezó a mover sus piernas bajo el agua, y apoyándose en mi hombro. Eran jornadas de gritería, de ánimo, de bromas, de tomar mucha agua... Allí por primera vez fui consciente de que S. era más alta que yo... Había partes donde la psicina me cubría y a ella no. Sus extraordinarias piernas largas eran la clave.
Y así pasaron varios días hasta que el médico la autorizó a pasar al caminador, ese instrumento de cuatro patas que recibe todo el peso del cuerpo, para que las piernas se ocupen de la movilización.
Ella decidió que quería salir a la calle con su caminador y yo la acompañé.
Cuando comenzamos a caminar estaba haciendo calor y el sol brillaba sobre el cielo payanés. Cuando terminamos estaba lloviendo. Pasaron más de tres horas. Era su primera caminata y a pesar de que solamente se trataba de un par de cuadras, no es fácil volver a aprender.
Pero la voluntad de hierro de S. la llevó a lograr su meta. No tardó más de dos meses en pasar a muletas. Luego llegaron los bastones canadienses...
En las noches, solíamos aprendernos de memoria poemas de Pablo Neruda. De los Veinte Poemas de Amor y una canción desesperada. Recitabamos hasta que los compañeros de comida perdían la paciencia. Se notaba que eramos fanáticos...
S. volvió a clases. Yo, terminé mi carrera, y dejé Popayán para ir a descansear unos días a Pasto, y luego arrancar a buscar trabajo a Medellín y finalmente a Bogotá.
La última vez que la ví, en unas vacaciones que pasé en Pasto, noté que ya volvió a bailar. Y ya lo hace, de nuevo, mejor que yo que llevo años tratando de hacerlo. Charlamos largamente, observamos las antigüedades de su padre y recordamos viejos tiempos. Somos amigos de verdad aunque no nos veamos tan seguido.
Por eso cada vez que ella se conecta a internet, y su nombre salta en mi pantalla por culpa del messenger, recuerdo que todo este mundo, tiene un sentido.
Claro que sí.
11 Comments:
Lindo en el párrado 11 dejaste el nombre sin censurar.
¡Qué duro ha debido ser para ella! Yo sólo llevo desde septiembre sin poder hacer vida normal y la rehabilitación no fue tan dura. Pero al menos puedo comprenderla un poquito, aunque sea poco.
¡Ojala yo tuviera su fuerza de voluntad!
Me alegro tanto por ella....
Conmovedor relato... afortunada S por su rehabilitación y por contar con un amigo como tu. Beso.
!Excelente narración! No hay nada mejor que la propia realidad, o lo que pueda simular serlo, para crear un relato que enganche y atrape al lector como aquí ocurre.
La historia se desliza linea a linea con suavidad entrando en nuestra imaginación y deleitándonos con una tierna historia de lucha y superación, en la que su autor participa de ella como testigo subjetivo e hilo conductor.
Gracias también por tus palabras. Saludos
Linda leccion de coraje y perseverancia,tambien muy bonita la amistad entre ustedes.
Es muy cierto que no hay fronteras, razas, clases sociales ni invalides cuando algo sincero debe crearse.
Muchos cariños.
Bellisima historia; se que tus amigos en la distancia tenemos la certeza que con tu carisma nos ayudas a mover las piernas bajo el agua para volver andar. Santiaguito y yo te queremos un resto!
Hermoso relato, destacas muchos valores, pero creo que el mas hermoso y el que prevalece es el de la autentica amistad nacida entre ustedes....
BESO AMISTOSO
Hermosa historia de superación la que nos has contado.. Bella amistad la que tienen ustedes dos..
Dichosa S, que ha tenido la suerte de darle valor a su vida teniéndola toda en sus manos..
Besos!
Siempre es alentador encontrar un buen amigo en los momentos difíciles y tu amiga está claro que tuvo esa suerte.
Un abrazo
Me encanta este post.
un beso
:-)
Historias como la de ella, son estímulos para seguir avanzando en la vida. Contar con amigos como tú, para ella ha sido otro gran estímulo. Al final, ambos se han dejado algo el el otro. Un abrazo!
?????.....Te voy a prestar mi aikuchi y te mando mi kaishaku...M.
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