Mi papá nació en Choachí, un pueblito del departamento de Cundinamarca que está al otro lado de los cerros orientales que adornan a Bogotá. Quedó huerfano (de padre y madre) a los tres años. El padre murió de tristeza, según dicen, dos meses después de que muriera la madre.
Estudió con la comunidad católica de los salesianos hasta terminar primaria en la granja que ellos tenían en el pueblo. Sus familiares lo cuidaban (especialmente el tío Manuel José), pero el decidió partir a estudiar su eduación secundaria (bachillerato) a Ibagué, la llamada ciudad musical de Colombia. Para conservar su beca, decía que quería ser sacerdote.
Luego regresó a Bogotá. Vivó (igual que yo, hoy en día) en casa de su hermana (mi tía) Idalid que era algo mayor y ya estaba casada. Aquí trabajó en el hipódromo, vendiendo boletas y apuestas, o algo así. Con el dinero que reunió, y con lo que le quedó de herencia, pudo estudiar Ingeniería Forestal en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas.
Luego, consiguió un trabajo en la zona de Urabá, al noreste del départamento de Antioquia, que tiene como capital a Medellín.
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Mi mamá nació en Fredonia, un pueblito cafetero de Antioquia. Su madre, una típica matrona 'paisa' sacó adelante un hogar con una decena de hijos, y para ello se fue para Medellín cuando mamá era sólo una niña. Mi abuelo, decidió quedarse en la finca y no acompañar en la migración a su familia.
Con mucho esfuerzos, todos los niños estudiaron juiciosamente, y fueron siempre distinguidos como los mejores estudiantes. La abuela siempre consiguió becas para sus hijos con los políticos de turno. Era una liberal militante.
Mi mamá estudió una carrera media para ser 'promotora social' o sea una especie de lider para las comunidades. Fue una de las pocas hermanas que no se inclinó por ser maestra, que era lo que estaba más al alcance de todos.
Después de un par de años en la Universidad de Antioquia, salió a trabajar en la zona bananera de Urabá.
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En Turbo (Urabá, Antioquia), hacia 1967, mis papás se conocieron, se enamoraron y se casaron.
Mi mamá trabajaba con comunidades indígenas e interactuaba con gente de la "ALianza para el progreso" (mi mamá dice que no eran espías, pero vaya uno a saber) y de los "Cuerpos de paz. Mi papá, ejerció su profesión buscando una explotación sostenible de una zona bastante selvática y rica en biodiversidad.
Por varios años mis papás emprendieron viajes, motivados por la profesión de mi papá. Donde había bosque, ahí estabana ellos. El Putumayo y el Cauca (cuya capital es Popayán, fueron dos de los sitios donde vivieron. Para esos años mi mamá había hecho ya otra profesión (Sociología) y ya tenían dos hijos: mi hermano mayor, Javier, nacido en 1969 y Jaime, nacido en 1971, quien nació con Síndrome de Down.
A mediados de los setenta, mi familia se estableció en Pasto (Nariño) ciudad localizada en el suroccidente colombiano (cerca al Ecuador), donde compraron su casa. Y allí tuvieron al menor de sus hijos: Yo.
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Por supuesto que yo soy pastuso (Mis hermanos nacieron en Medellín). El único pastuso de mis familias materna y paterna. Sin embargo, Medellín siempre fue una fuerte referencia en la distancia. De hecho, siendo muy niño, viajé varias veces, para visitar a mis tías y para conocer a mi abuela. Hasta viví un año allá a los 9 años de edad.
De Bogotá (y de Choachí) supe muy poco hasta los 17 años, cuando mi tía Alcira (hermana de mi papá) me invitó a conocer estas tierras. Siempre fueron lugares que salían de la mente de mi papa. Una mera abstracción teórica.
Mi mamá me enseño a ser hincha de Atlético Nacional, uno de los dos equipos de Medellín. El año que viví allá (1989) el equipo verde ganó la copa libertadores de América, y así me terminé de enamorar perdidamente de él.
En Pasto, mi tierra, por esos años, todos los niños eran hinchas del América y del Deportivo Cali, que eran los quipos más importantes del occidente colombiano. Cali es el referente cultural (y económico) más importante de esa zona de Colombia.
Nunca tuve acento pastuso. Todos mis paisanos pensaban que yo era caleño. Evidentemente de caleño no tenía nada. Y un paisa dificilmente me sentiría como su coterraneo. De alguna manera, era de todas partes, y de ninguna.
Mamá insistía en decir que yo era un antioqueño nacido en Pasto (ja ja ja).
Sin embargo, siempre quise a mi tierra, a mi Pasto. No conocía realmente otra. Su música, el ascento de su gente y su paisaje eran los míos y siguen siendo los míos.
Pero siempre era un poco de otro lado. Por mis apellidos (Ochoa es un apellido muy antioqueño), por mi acento, por mi vocabulario (muy influenciado por mis padres, que no tenían nada de Pastusos) y por mis hábitos gastronómicos que eran muy distintos a los de mis compañeritos. (En Pasto se come cuy, un roedor más o menos parecido al conejo que a mi nunca me gustó mucho. En cambio, yo era una joven máquina de devorar Bandeja Paisa).
Así pasaron los años. Hice varios amigos en mi tierra, pero siempre, una pequeña parte de mi se sentía extraña. Allá no tenía primos, ni familia diferente a mis padres y hermanos. (Mi hermano Jaime murió cuando yo tenía casi cuatro años. Mi hermano Javier partió a estudiar su carrera Univeristaria (aquí a Bogotá) cuando yo tenía menos de seis.
Cuando cumplí quince años terminé mi bachillerato (lo normal en Colombia es graduarse a los 17 o 18) y partí a estudiar a Popayán, una pequeña y hermosa ciudad que queda en la ruta entre Pasto y Cali, y de la cual mi padre siempre había estado enamorado.
Allá viví, separado de mis padres, hasta los 22 años y fui muy feliz. Conocí grandes amigos. Me enamoré por primera vez (y tal vez única hasta hoy).
Mis vínculos con Popayán no se pueden definir facilmente con palabras. No se si baste con decir que allí viví algo así como la cuarta parte nominal de mi vida y más de la mitad efectiva (entre los quince y los 22 se vive mucho). Creo que hasta se me transformó mi acento¨: A mi sopa de música Paisa, cundiboyacense y pastusa, se sumó un ingrediente payanés (con una fuerte influencia, ahora sí, caleña).
Cuando me gradué partí de Popayán, a donde no he regresado en algo más de tres años. Pasé unos días en Pasto y en Medellín, y finalmente encontré trabajo en Bogotá. Aquí aparecieron todos mis tíos, primos y primitos. Una familia inmensa.
Estar aquí ha sido encontrarme con mil versiones del rostro de papá, muchas recién nacidas. Encontrarme con sus gestos y sus refranes. Con su comida y su paisaje. Y eso me ha impactado, y de alguna manera me ha hecho renacer. Reimaginarme.
Mis primos no entienden que yo no sea hincha de Millonarios (uno de los dos equipos de fútbol capitalinos). A veces no me lo perdonan. Ellos me sienten tan suyo, como yo los siento a ellos míos. Parte de mi esencia y de mi vida. Mis hermanos nuevos.
Yo por mi parte, a veces no me perdono ser hincha de Nacional y no del Pasto, el equipo de mi tierra, que cuando yo era niño no existía, y que hace un mes se coronó campeón del fútbol colombiano, borrando de un tajo la acostumbrada invulnerabilidad de los equipos 'grandes' (dentro de los que está Nacional).
Debo admitir que el día del título me sentí raro. Sentía que debía estar gritando por el qeuipo de mi tierra y no lo hacía. Se que muchos de mis amigos si lo hicieron, pues abandonaron al Cali y al América, apenas nuestra ciudad tuvo equipo propio.
Y mientras pienso sobre el pasado, el presente y el futuro, y en como esta historia se pudo acabar en un segundo hace un mes, en mi cabeza sigue la promesa que les hice a mis primitos de ir con ellos a ver un partido de Millonarios. Se que lo pasaremos bien. Así yo me siga sientiendo extraño.
(No soy de aquí, ni soy de allá, no tengo edad, ni porvenir, y ser feliz es mi color de identidad/ Alberto Cortez)