viernes, abril 28, 2006

Un año y 193 posts después...


El 26 de abril de 2005 empecé a escribir mi antiguo blog.

lunes, abril 24, 2006

Poesía veintiocho

(Siempre me ha gustado eso de las huellas. Sobre todo esas que no se ven /Angelita, en su comentario a mi post Huella)
(La muerte se vende/Giro, en una de tantas charlas en el Messenger)


El cielo hizo de tus ojos sus maestros

Y yo hice de tus manos mi molde.

Tu cuerpo exigía ser apropiado.

Te evaporabas sólo por el placer de llover.

Y te ganaste la admiración de las nubes.

Fuiste penumbra que sobrevivió a la luz.

Jugaste a morir porque la muerte se vende.

Y tu la pagaste con tus piernas.

(Hoy eres el reflejo de las luces sobre las calles de los lupanares.

Y las huellas en mi cuerpo que nadie ve)

Zapatos Viejos



(Mas hoy, plena de rancio desaliño,
bien puedes inspirar ese cariño
que uno le tiene a sus zapatos viejos...

Del poeta colombiano Luis Carlos´"El tuerto" López, a Cartagena de Indias)

martes, abril 18, 2006

Adolescencia 2


(Cascada cerca al cerro de Monserrate, en el extremo oriental de Bogotá)

Debo reconocer que estoy aprendiendo mucho de mis primos más jovenes. De sus sueños, de sus espectativas y de sus ganas de devorar el mundo.

La genética se ha encargado de enviarme los mensajes que necestio recibir, justo en el momento adecuado. Cuando todo parecía gris y sin sentido. R. me ha vuelto a enseñar la importancia de la magia y de la amistad. H. me ha explicado con lujo de detalles la importancia de la risa. Y. no para de demostrarme que la nobleza es escencial en mis raíces. Y mi ahijado Leo me recuerda que a veces pensar demasiado está de más.

Con ellos he recordado que meterse en los montes cercanos a la ciudad a buscar paisajes puede producir como recompensa una cascada. Que burlarse de uno mismo y de la gente que uno quiere retira presiones de la mente. Que coleccionar "stickers" del Mundial de Fútbol tiene mucho de magia.

Inspirándolos a ellos, me estoy resucitando yo mismo. He planteado cosas como que "hay un mundo esperando a ser descubierto, y no vamos a ser nosotros los que le fallemos" y que "el premio para los que ven la belleza en lo simple es un mundo hermoso".

Por ellos vencí mi temor a la velocidad, y me subí a uno de esos pequeños bólidos a los que llaman Karts. Y si bien es cierto que llegué de último y que me choqué varias veces, estoy feliz.

Se que las cosas no siempre se me han dado como he querido. Pero estoy trabajando fuerte para culminar mi postgrado en periodismo. Tengo muchos retos por delante, y algunos temores tratan de amarrarme. Pero entonces mi sangre me habla para decirme que estar lleno de temores no tiene sentido.

Y yo doy lo que tenngo. Mi poesía y mis palabras, y ellos, sin pensarlo, disfrutan de su papel de correo de mis genes.

Y aún en medio de esta gripa salvaje que me hace sudar continuamente y estornudar cada minuto, sé que muchas cosas tienen sentido. Por los sueños que puedo cumplir. Por los sueños de mis amigos que puedo ayudar a cumplir. Y por la simple y llana coincidencia de que seres que aprecio tanto hayan venido al mundo en el momento indicado para compartir mis sueños.

Y aunque tengo 25 años no le temo a mi segunda adolescencia. A la inspiración, a los sueños, a la negación de los temores y claro, a la celebración diaria de la fiesta de estar vivo... ( y de ser un poco feliz, como escribió Stel en su post "Miro" del 10 de abril)

miércoles, abril 12, 2006

Poesía 27

Un tunel de nubes oscuras. Un amigo.

Ahora que se leer las cortadas y que consumo huellas, he perdido la calma.
Las mantas de lluvia son las paredes de mi hogar.

Las flores húmedas y las hojas del bosque bautizaron mi piel.
Las cartas que duermen en los reflejos sobre el pavimento húmedo, contienen la historia.

Mi alma se volvió tinta sobre el papel y tierra entre las raíces.
Quiero escuchar el tiple de mi abuelo en las voces de los chicos.

lunes, abril 10, 2006

Huella

jueves, abril 06, 2006

Una caminata

Cuando comenzamos a caminar estaba haciendo calor y el sol brillaba sobre el cielo payanés. Ella, quería dar una vuelta, y por supuesto, yo la acompañé.

Nos habíamos conocido unos meses atrás, en la casa de Gisela, donde yo solía ir a almorzar. La primera vez que la ví me pareció pequeña. estaba muy delgada y casi no hablaba. En lo primero en que reparé fue en sus orejas terminadas en punta, como las de los elfos.

Al principio se veía timida y sus ojos revelaban una tristeza infinita. Entre su madre y su novio la habían traído cargada dese el taxi hasta la mesa del comedor, luego de que por fin la dieran de alta del Hospital.

Yo empecé a bromear como siempre pues quería verla sonreir. Su madre nos había preparado a todos para enfrentar la situación. S. había sufrido un desmayo después de que en la casa donde tomaba un cuarto en alquiler, hicieron una fumigación para erradicar las cucarachas. Cuando despertó no podía mover el cuerpo.

La chica debió faltar a sus clases de séptimo semestre de medicina. Estuvo interna mientras le tomaban una infinidad de exámenes que no daban muchas pistas de su mal. Al final los médicos concluyeron que se trataba de una enfermedad autoinmune, de esas que hacen que las "tropas" del cuerpo, se vuelvan en contra de su "pueblo", o sea el organismo.

Almorzó con nosotros, pero casi no comió nada. Estaba callada y mis payasadas no surtían efecto. Luego de un rato su madre la convenció de que jugara cartas con mi gran amigo Darío y conmigo, o sea con el par de "cómicos" de la zona. Eso le arrancó una sonrisa.

Gisela, la señora de la casa donde estabamos, estuvo al frente de la situación, cuando la madre tuvo que volver a Pasto, a retomar su trabajo, y debió dejar a su hija. Afortunadamente, estaba en las mejores manos del mundo: las de una amiga de verdad.

S. ya podía mover todo su cuerpo, excepto las piernas cuando fue a almorzar por primera vez con nosotros. Así que era muy común verla hacer esfuerzos indecibles para desplazarse. Sus brazos fueron su mejor herramienta. Con ellos subió escaleras y se sujetó de cuanta cosa estable hubiera en la casa. Así se empezó a mover cada vez más.

Me recuerdo acomáñándola a la piscina del Colegio Seminario. Yo empujaba la silla de ruedas, pero sus fuertes brazos eran más potentes que todo mi cuerpo. Se notaba que era deportista de competancia. Cuando cruzabamos la calle, su mente le pedía acción, y por eso, yo que soy tan prudente para cruzar calles, terminé pasando la Avenida Panamericana a toda velocidad para que ella estuviera a gusto...

Subir y bajar aceras era una aventura. Pero válía la pena ir a esa piscina, pues uno señor que tenía una grave lesión de rodilla, había consagrado sus sábados a yudar a la gente que iba a ese sitio a hacer terapia de recuperación.

Así, S. empezó a mover sus piernas bajo el agua, y apoyándose en mi hombro. Eran jornadas de gritería, de ánimo, de bromas, de tomar mucha agua... Allí por primera vez fui consciente de que S. era más alta que yo... Había partes donde la psicina me cubría y a ella no. Sus extraordinarias piernas largas eran la clave.

Y así pasaron varios días hasta que el médico la autorizó a pasar al caminador, ese instrumento de cuatro patas que recibe todo el peso del cuerpo, para que las piernas se ocupen de la movilización.

Ella decidió que quería salir a la calle con su caminador y yo la acompañé.

Cuando comenzamos a caminar estaba haciendo calor y el sol brillaba sobre el cielo payanés. Cuando terminamos estaba lloviendo. Pasaron más de tres horas. Era su primera caminata y a pesar de que solamente se trataba de un par de cuadras, no es fácil volver a aprender.

Pero la voluntad de hierro de S. la llevó a lograr su meta. No tardó más de dos meses en pasar a muletas. Luego llegaron los bastones canadienses...

En las noches, solíamos aprendernos de memoria poemas de Pablo Neruda. De los Veinte Poemas de Amor y una canción desesperada. Recitabamos hasta que los compañeros de comida perdían la paciencia. Se notaba que eramos fanáticos...

S. volvió a clases. Yo, terminé mi carrera, y dejé Popayán para ir a descansear unos días a Pasto, y luego arrancar a buscar trabajo a Medellín y finalmente a Bogotá.

La última vez que la ví, en unas vacaciones que pasé en Pasto, noté que ya volvió a bailar. Y ya lo hace, de nuevo, mejor que yo que llevo años tratando de hacerlo. Charlamos largamente, observamos las antigüedades de su padre y recordamos viejos tiempos. Somos amigos de verdad aunque no nos veamos tan seguido.

Por eso cada vez que ella se conecta a internet, y su nombre salta en mi pantalla por culpa del messenger, recuerdo que todo este mundo, tiene un sentido.

Claro que sí.

lunes, abril 03, 2006

Encuentro