Ese chico de saco gris
Ese chico de saco gris camina lento y mirando al piso. No sonríe mucho, pero sorpresivamente muestra unos incisivos blancos como la leche y las nubes. Aún es delgado y le gusta mirar los faroles que adornan las paredes blancas en las noches de Popayán. Pasa por el lado de las puertas de los bares, y mira a los chicos de su edad divertirse, pero el sigue de largo, como sino tuviera derecho a un minuto de distensión. Como si él hubiera escogido no tener derecho.
A veces va sólo, y otras veces lo acompañan dos muchachos más altos y fornidos que él. Se la pasan bromeando y divaando, y caminando las madrugadas del valle del pubenza desde Palacé hasta al Barrio Caldas, y desde La Esmeralda hasta al centro histórico. No es extraño que tomen aguardiente mientras hablan y recorren las aceras.
A ese chico de saco gris, le brillan las gafas gruesas que lleva. Se le nota que lleva una tristeza adentro, pro más que su voz aguda y potente insista en ocultarlo. Es menor que sus amigos y es más temeroso. Cuando se cruzan con las chicas en la calle, a veces él se hace a un lado para que sus amigos saluden y se queda mirando al horizonte. Pero otras empieza a hablar como un radio, y recorre la historia y la literatura con una pasión intensa que no está exenta demúltiples inexactitudes.
Lo he visto con una muchacha, caminar con los ojos cerrados y dejándose guiar por ella. Y acompañados de un perro feo y canoso. Lo he visto bajo la lluvia abrazando sin recato a su mujer como si las calles solitarias no tuvieran ojos y oídos.
Y en las noches, lo he visto en Torremolinos, extendido contando las estrellas sin ningún interés en agruparlas en contelaciones. Sólo juega con el viento, mientras ríe o llora. A veces, simplemente calla y parece que viviera en otro planeta. Y cuando avanza por la carretera, de regreso a la ciudad, lo he visto coquetear con el puente y mirar al río con deseos de unirse a él.
Ese chico sigue rondando por aquí, no se ha muerto, sigue habitando su tiempo y su espacio pues no quiere abandonarlos. Y yo lo veo con cariño y curiosidad. Por que somos dos versiones de la misma persona, que coinciden en las calles de Popayán, y que sólo están separadas por cinco años de aciertos y errores que nisiquiera conocen.
(Visité brevemente Popayán el fin de semana pasado, luego de tres años y medio de haber partido de allí a buscar trabajo en la ciudad que hoy habito, Bogotá)