Carta a una amiga
Querdida Amiga,
No es fácil volver la vista atrás después de tantos años, pero tu amable frase del otro día en el messenger hace que este ejercicio me resulte indispensable. De cualquier modo, si recordar es vivir, creo que es menester recordar a menudo.
Hace siete años estabamos finalizando cuarto semestre de ingeniería electrónica, uno de los semestres más pesados de la carrera en la facultad de la Universidad del Cauca. Creo que tu no ibas tan mal en las materias como yo. Bueno, para ser exactos tu estabas mal por otros asuntos diferentes a la carrera, mientras a mi lo que me estaba matando eran las clases y los exámenes.
Mis 17 años no resistían estar encerrado en el cuarto semestre de una facultad de electrónica. Ver la película Titanic no ayudó mucho.
Para mi, alguien cuya adolescencia había sido tan breve y en quien una pseudo adultez se había posado precozmente, ver a un Jack Dawson enamorando a una Rose en un barco trasatlántico, en medio de una loca aventura, donde lo importante era hacer que cada día contara y aprovechar la vidad hasta el último instante, fue un martillaso brutal del que casi no me levanto.
Lo tuyo era algo sentimental, sobre lo que no estaría bien hablar demasiado, pero que te afectó mucho. Lo bastante, como para que en esos días estuvieras tan confundida como yo.
Tu martirio eran algunas cartas, o algunas situaciones incomodas. El mío, era ver el paisaje verde de Popayán por la ventana de un laboratorio de electrónica que no me atraía en lo más mínimo.
Esas cuatro horas que duraban las sesiones del Laboratorio 1 de Electrónica eran un infierno. Siempre sintiéndome tonto, siempre soñando con extensas caminatas lejos del aula, siempre oyendo la voz de aquel ser cruel que tanto me lastimó (mi compañera de laboratorio).
(Tal vez recuerdes cuanto destestaba a mi profesor de aquella clase, que a la vez me dictaba Circuitos Analógicos I. Con el tiempo he revaluado un poco esa posición, lo confieso. Para el debió ser muy molesto lidiar con todo mi romanticismo atrapado entre osciloscopios y fuentes de potencia. Debía sentir por mi lo que se siente por un fantasma).
Y es que los transistores nunca fueron mis mejores amigos. Ya lo sabía (y tu también lo sabías) a finales de tercer semestre, cuando empezamos a ser amigos en la cafetería de la universidad, cuando conversabamos sobre analogías útiles para entender a las personas, provenientes del mundo de los carros.
En cuarto semestre yo no entendía razones de ninguna clase. Odiaba la electrónica, sólo deseaba la libertad. La libertada de huír como una especie de Jack en busca de su Titanic (No olvido tu chiste cruel, del que me estoy riendo mientras escribo estas líneas: ¡Pues trabaja duro de ingeniero, cómprate un barco y úndete con él!)
Mientras todos los compañeros del grupo celebraban la dicha de estar dejando poco a poco las matemáticas y las físicas en el pasado, para pasar definitivamente a "lo práctico", yo estaba al borde de la locura buscando una justificación razonable para seguir prolongando este sufrimiento.
En cuanto a la vida personal, no mucho que decir. Una relación con una buena chica que no funcionó, una casa (dónde tomaba en alquiler una alcoba, como corresponde a todo estudiante lejos de casa) llena de personas o viles o abyectas, capaces de hacer todo el daño posible. Tu debes recordar mejor que yo, pues siempre te sabes episodios completos de memoria... (Para ubicar el sitio, recuerda al "pelado" (colombianismo por chico) de la casa de al lado, al que llamabas 'cejoncito' con tu amiga L, y quien te parecía espectacular. Así ubicarás facilmente ese infierno de casa en que vivía)
Siempre trataba de huír de esa casa, en la que dejaba bajo llave mis cuadernos, para no ir a estudiar ni por error. A veces con mi amigo E, con D, en fin... A veces la sala de tu casa fue un buen refugio. En esas charlas de varias horas encontré un refugio de todo lo que me asustaba del mundo. Hasta tus dos perros estaban asociados en mi cerebro con paz (!Increíble, ¿no? ¡con lo intensos que son!)
El mundo iba y venía en esas charlas, Los Miserables y Victor Hugo, mi admirado Arthur Rimbaud, la música de fondo de Héroes del Silencio (la música de tu hermano y su banda). Nuestras conversaciones sobre el comportamiento de la gente y... LAS INTEGRALES TRIPLES Y DE LINEA de Matemáticas IV.
Es que se me hace verte haciendo figuras en el aire, tratando de explicarme la forma que tomaba la intersección de un cono con una esfera. Y saber que casi logra hacerme entender. Pero yo tenía la mente tan cerrada, que ni un milagro podría hacerme entender esos conceptos, que el gran dibunate (y pésimo profesor) que teníamos en vano recitaba a diario.
Y el mundo se podía estar cayendo al rededor, pero nada detenía nuestras charlas de varias horas, de donde salíamos, si no consolados, al menos desahogados.
Luego pasó lo que pasó: Muríó mi papá, me retiré un semestre de la U, tuve que volver luego pues no tenía (o no luche por) más opciones. Entonces ya no fuimos más compañeros de clase, pero siempre, hasta hoy, seguimos siendo amigos del alma.
Te conté vía messenger que ya llevaba dos meses de estudios de periodsimo, y te sentiste muy feliz. Me dijiste luego que el otro día haciendo la lista de tus mejores amigos, me dejaste encabezando. Lo cual significó mucho para mi. Luego preguntaste (cuando imprudente dije que ahora sí tenía compañeros con intereses parecidos a los míos) que si esta nueva etapa era un adiós para ti. Te dije (y te reitero) que no. Que gracias a ti, y a tu poyo de esos días es que puedo ser periodista. Porque no me dejaron perderme y desaparecer (recordando a Hombres G)
Ahora estás muy enamorada y se te ve muy feliz. Cuando recuerdo esos días duros, y los comparo con el presente, me siento agradecido con la vida por lo bien que han ido las cosas. Y por tener una amiga como tu.
Y saber que te caí tan mal en primer semestre...