viernes, diciembre 30, 2005

Desde un puente





Puente de la Calle 100 sobre la Autopista Norte (Bogotá)

Amigos: Sea ésta la oportunidad de desearles un feliz 2006 a todos. Seguro que será un año lleno de buenas cosas en el cual cumpliremos muchos sueños y recibiremos muchas alegrías.

miércoles, diciembre 28, 2005

Un cuarto de siglo

Cosas chéveres de mis primeros 25 años en esta tierra

-Las historietas que mi hermano dibujaba para mi cuando yo era un niño.
-Los días hermosos que pasé con la única mujer a la que he amado con pasión (Mensajera28)
-El haber acompañado a mi amiga Silvana en parte del proceso que le permitió volver a caminar. (Idas a piscina, silla de ruedas, caminador, muletas, bastones canadienses y primeras caminatas).
-Los consejos del Padre Alberto Silva S.J, sin los cuales no sé que sería de mi.
-Los tres años que pasé con mis amigos de "La Rosca", en el Colegio Javeriano de Pasto entre 1993 y 1996. El baloncesto nos unió mucho. (Sandra, Darío...)
-Las noches de tertulia (y algo de licor) con mis amigos Darío y Eduardo, en el Parque del Recuerdo, en Popayán. (También en el morro, y en Torremolinos, o simplemente en las calles)
-El Consejo Estudiantil de la Facultad de Ingeniería Electrónica de la Universidad del Cauca. Sueño lleno de utopía, trabajo y bohemia que lideró mi gran amigo Ulises.
-Las excelentes charlas conspirativas con mi gran amigo Jorge Olmedo.
-Las confidencias de hasta ocho horas con mi amiga María Victoria, en su casa del Barrio Campamento, tratando de estudiar Matemáticas 4.
-Los ensayos de guitarra con mi amigo Guido A (siempre motivados por el exquisito café de su mamá, Doña Cecilia)
-Los almuerzos donde Gisella Salomón en Popayán. ¡Cuanta amistad!
-Las extensas llamadas telefónicas existencialistas de mi amigo Christian Viles.
-Las acuarelas que pintamos con Karina Viles.
-Trabajar como vendedor con el gran Omar Ayala. (Son muchos los clientes a los que hemos podido servir bien)
-Las partidas de ajedrez con mi papá, con mi hermano y con mi amigo Eduardo.
-La fisioterapia que hice día a día con Marujita Santacruz (70 años) para que se recupera de su pierna.
-Las 'estudiadas' con Adrianita, en que más que aprender, nos reíamos mucho (Soy mejor amigo que compañero de estudio)
-Mis primeros pasos en Popayán de la mano del Gran Esteban Miranda (es que llegar a una ciudad nueva, sin familia, y con quince años fue un gran reto)
-Las 'idas' a comprar dulces y jugueticos baratos con mi tía Jael, en Medellín.
-Los laboratorios de electrónica con el caleñísimo Ricardo Perdomo. Verlo cablear un circuito era equivalente a ver a un pintor ejecutar sus pinceladas.
-Las charlas con el guitarrista norteaméricano ( y ex-marine) Mario Kazerta, después de almuerzo, en la casa de Doña Mariela, en Popayán. (Todos los puertos tenían magia en sus historias)
-El pequeño cristo y el niño Jesús de Praga que mamá me regaló cuando pasé a primero de primaria.
-Papá y su ternura, sus abrazos, su sabiduría y su idealismo.
-Los chistes de mi amigo Darío.
-Las clases de filosofía con el Maestro Ignacio Rámírez Sánchez. Tratar de comprender el mundo era una labor extraordinaria en la sala de su casa.
-Las salidas a bares metaleros con mi prima Zulma, en Bogotá.
-Mi extraordinario ahijado, quien siempre me hace reir con sus ideas locas y sus comentarios mordaces.
-Los títulos que el Atlético Nacional de Medellín ha logrado en los años 81, 91, 94, 99 y 2005 en el torneo colombiano. Y la Copa Libertadores de 1989.
-Todos los goles del gran Victor Hugo Aristizabal. (Y narrados por Jorge Eliecer Campuzano)
-Mi gato con nombre de ratón (Mickey) que se perdió un día cualquiera, hace trece años.
-Los libros de la inmensa biblioteca de mi papá.
-La revista Semana, con todo y sus defectos, de la que he aprendido la mitad de lo que sé.
-La oportunidad de estudiar periodismo y de conocer en persona a Javier Darío Restrepo, experto en la ética del oficio y gran ser humano.
-Las columnas de Andrés Salcedo y Javier Darío Restrepo.
-Los libros de Milan Kundera y Herman Hesse.
-Las poesías de Arthur Rimbaud.
-El poemario Residencia en la Tierra de Pablo Neruda.
-El poemario Morada al Sur de Aurelio Arturo.
-La música de The Beatles, Pet Shop Boys, Nirvana, Calamaro, Charlie García, Fito Paez, Francis Cabrel, Perales y Serrat.
-La canción What happends tomorrow, de Durán Durán
-Todos los cuadros que conozco de Salvador Dalí, Renoir y Monet.
-Mi tía Idalid y sus memorias de la Bogotá antigua.
-Las película El Imperio del Sol.
-El placer de caminar en un día soleado.
-Escribir un blog y conocer a través de él tanta gente valiosa.

lunes, diciembre 26, 2005

Poesía 20

(y el fantasma tuyo sobre todos / C. García)

El rayo de sol que no alcanza la piel.
La palabra que no encuentra oídos.
El abrazo que se le da al aire.
El adolescente y su beso a la lluvia.

El poema que nace en un muro.
El romance que muere un lunes.
La comunión con el cesped.
Los rumores de la madrugada.

Las luces borrosas de la autopista.
Las risas ajenas que traspasan las paredes.
La velocidad sin rumbo.
El golpe guardado en un bolsillo.

La mirada del pordiosero.
La multitud de las aceras.
La llama que vela por la noche.
El viento frío que roza la cara.

Una guitarra destemplada y rústica.
Un cuaderno con letras viejas.
La radio que cuenta la misma historia.
Y una batalla sin cuartel contra el espejo.

(Veinte tipos de soledades)

Los invito a visitar los viejos episodios. Ojalá los disfruten.

miércoles, diciembre 21, 2005

Escritos




Un manuscrito que quiero compartir con ustedes. Se trata de varios versos hechos sin pensar demasiado, pero sintiendo mucho. No recuerdo la fecha exacta en que nacieron, pero creo que tienen algo más de dos años. Sea esta la oportunidad, de abrir mi agenda a mis amigos.

(Para verlas, se puede hacer click sobre la imagen. Luego, para ampliarlas, se debe hacer click en la parte inferior derecha. Así el texto será legible)

viernes, diciembre 16, 2005

El efecto Calamaro

No importa que ya sea de día y que todos los demás hayan cedido ante el cansancio. No importa que el volumen del ‘equipo de sonido’ pueda despertar a algún vecino. No importa que ya algunos estén empezando a recoger el desorden de la fiesta y a barrer. No importa que muchos ya estén en el mundo real. El sol no nos dice que llegó el final. Mi primo P. y yo seguimos saltando con la música de Andrés Calamaro y Los Rodríguez. Llevamos un par de horas así y las nueve de la mañana nos encuentran gritando a todo pulmón “El salmón”. (…Quiero cambiar todo lo que hice mal…)

Parece que la sala no es lo bastante grande para nuestros saltos. Parece que la potencia de los parlantes se queda corta ante el poderoso efecto que producen las guitarras eléctricas, los bajos, y la voz ronca y medio perezosa que nos tiene hipnotizados.

Alrededor hay muchos durmiendo. Algunos ya se refugiaron en los cuartos o partieron a sus trabajos. Diez horas de música, baile, comida y licor han sido suficientes para ellos. Pero no para nosotros, que simulamos micrófonos con nuestras manos, sólo para integrar al coro a la primera desprevenida que pasa por la sala. Mi prima Z es una buena víctima, y después de un par de minutos está cantando con nosotros Mi Enfermedad (…Me entrego al vino porque el mundo me hizo así, no puedo cambiar…)

Cada vez eludimos con más agilidad las escobas que pretenden imponer el orden y las sillas que poco a poco están volviendo a sus sitios. Creo que a algunos no les causa mucha gracia nuestra euforia, pero estamos de lo mejor. Somos dos sujetos que vivimos la música hasta el fondo. Las letras de las canciones nos hieren en un momento, y nos cicatrizan al siguiente. Parar no es una opción ‘mientras el cuerpo aguante’.

Algunos borrachos empiezan a despertar. Y mientras un chico clama por que el licor vuelva a aparecer, el disco llega a su final, y cual robots desactivados, mi primo y yo caemos sobre dos sillas estratégicamente ubicadas. Tenemos energía Calamaro para otra semana.

Y es que de sólo escribirlo, me volví a poner contento.

martes, diciembre 13, 2005

La reina de la Chicha

(Crónica realizada para mi especialzación. Dedicada a mis amigos del blog en agradecimiento por su apoyo durante la crisis)

Anunciación Canro ya no toma el licor que la elevó a la realeza. A sus 86 años el médico se lo tiene prohibido. Pero esa no es una limitación importante para saber si su “chichita” está lista. Le basta con tomar una pequeña muestra de su producto en una totuma, y sumergir en ella su mano, para que el tacto le avise de inmediato si la fermentación está en su punto. Ella es la mujer que muchos llaman “La Reina de la Chicha”.

Para llegar a la casa de doña “Nuncia” es necesario subir, desde la carrera quinta bogotana, por una calle que a cada paso se hace más empinada. A lado y lado, se pueden ver unos estrechos callejoncitos por los que los carros apenas caben y unas casas que en su mayoría son antiguas y lucen maltrechas. Es uno de esos sitios donde los niños juegan fútbol en contra de la gravedad, y en los cuales un balón mal pateado puede ir a dar cuatro manzanas abajo. El barrio se llama La Perseverancia, es uno de los más antiguos de Bogotá, y es famoso en la ciudad por sus chicherías.
Los ojos de Doña Nuncia son claros, de una especie de color café que ella llama “carmelito”. Tiene el cabello largo y blanco. Su piel es trigueña. Sobre su falda verde luce un delantal rojo.”Es que me gusta lavar ropa los Martes” dice a manera de explicación de su vestimenta. “Me acostumbré a ser muy aseada, uno no puede vivir entre el mugre. Mi mamá era exagerada con eso. Ella lavaba las vasijas de la chichita con mucho cuidado, hasta que yo le decía ¿Qué más le va a lavar a eso?”. En ese instante suelta una mirada juguetona.

Luego se remonta setenta años atrás, cuando vivía 30 calles al sur en el barrio La Concordia, y explica que su mamá le dijo que pusiera cuidado, que con una ‘chichita’ bien hecha se podía desvarar. Desde entonces la empezó a observar y terminó por aprender.

Entonces, se apresura a probar su conocimiento. “Se consigue el maíz porba en la tienda, se muele, se saca lo que se llama el “unche” (especie de mazamorra) y se cuela con un cedazo. Luego se prepara un agua de panela, y cuando está hirviendo, se mezcla con lo colado y se bate. Eso hay que dejarlo unos veinte días en una pipa de madera y hay que irle echando miel de panela para que dé el color y el sabor preciso… Toca irla probando para saber si está lista. Pero si ya se tiene el ‘enfuerte’ (chicha que queda de anteriores preparaciones y que lleva mucho tiempo de fermento) se unta el recipiente de madera con eso, y así sale en unos cuatro días”. Antes de terminar, Anunciación, dice que hay gente que la hace con chontaduro o arracacha en vez de maíz, pero que esa no es la chicha de los indígenas chibchas. (Habitantes precolombinos de la sabana de Bogotá)

La gente le compra chicha a Doña ‘Nuncia’ para bautizos y primeras comuniones. Don Hernando, el dueño de la droguería del parque, le manda los clientes a su casa. El producto debe solicitársele con tiempo, pues ella lo prepara bajo pedido. Los únicos días en los que hace “la chichita” sin falla es en los del Festival de la Chicha y la Dicha. “Es que mucho doctor quiere aprender a ‘jartar’ chicha”, dice muerta de la risa. “Y muchas personas preguntan cómo hacerla… y yo les digo. Sólo les recuerdo que todo tiene que ser muy aseadito para que no les dé daño de estomago”.

A La Perseverancia, Anunciación llegó siendo una niña, cuando a su familia le compraron una casa enorme que tenía en La Concordia. Su papá murió cuando ella tenía dos años, así que su mamá trabajaba mucho, para sostener a la familia. Eran ocho hermanos y la pobreza era la constante en esos años, así que sólo hizo hasta primero de primaria. Le gustaba estudiar, por esa razón recuerda con alegría que por ser buena alumna le dieron un diploma y una medalla. Y lo que ella más valora: un vestido que le hizo su profesora, Carmenza, y que conservó hasta hace poco.

“En ese tiempo la chicha se vendía a 2 centavos. Eso hace setenta años. Mi mamá no la hacía siempre. Sólo para festivales. Cuando uno necesitaba comprar, iba a El Tigre o a “El ventorrillo”, que eran chicherías grandes de La Concordia, fábricas…”. En El Ventorrillo no querían a Nuncia, porque era una niña muy traviesa, a la que le gustaba llenarles los vasos a los clientes con revueltos de varias chichas y luego volarse sacándole la lengua a la dueña. Entonces, ese recuerdo la lleva a un consejo muy importante “En el festival hay que tomar chicha en una sola parte, porque mezclar chichas no es bueno, pues son diferentes preparaciones” dice como protegiendo al mundo de lo que ella le hacía a los tomadores de otros tiempos.

Al festival de La Perseverancia llega mucha gente, incluso extranjera, interesada en probar el licor de los chibchas. Así que el barrio se llena de puestos, sobre todo el parque de la iglesia Cristo Obrero, que queda unas pocas manzanas más abajo de la casa de Doña Nuncia. Antes, el evento se realizaba el ‘puente’ (fin de semana con lunes festivo) de octubre, pero el del 2004 lo aplazaron para abril de 2005. En octubre pasado, el evento no se hizo.

Para el festival, se hacen reuniones a las que asiste mucha gente que se postula para montar un puesto de ventas. “Yo les digo en ese momento que si venden toda la “chichita” le den la limosna a la iglesia. Y que la vendan a precio justo: mil pesos la botella (que suele ser del tamaño de las de vino) porque no hay que ser garosos y a la chicha se le gana”, dice la Reina.

Durante el festival, Anunciación vende aproximadamente 400 botellas de chicha y una de sus hijas aprovecha para vender fritanga. Pero más allá de eso, en días de la “Chicha y la Dicha” ella ha conocido mucha gente, entre ellos varios ex presidentes. “Alfonso López, Turbay… los que son humildes y vienen. En el último festival el presidente Uribe me regalo eso”. En ese instante la viejita se voltea con dificultad en su silla, y muestra un perchero de donde cuelga un sombrero blanco. “Me lo mandó con alguien y cuando lo miré a él, me hizo el gesto de que me lo pusiera. Y yo me lo puse”.

Pero el primer presidente que conoció fue Enrique Olaya Herrera. Y no fue en el festival, sino cuando su mamá la mandaba a hacer mandados en su infancia. “Una vez escuché que por ahí estaba el presidente. Yo me fui a saludarlo y entre toda la gente le estiré la mano y él me la dio”. Cuando llegué a la casa, mi mamá no me quería creer” dice sonriendo, como recalcando que ella logra lo que se propone. Luego se levanta con dificultad de su silla.

Entonces comenta que sus piernas, que lucen bastante gruesas, le duelen, y empieza a caminar sujetándose de los estantes y de las sillas. “A mi no se me han salido las instalaciones”, dice, haciendo referencia a que no tiene problemas de vena várice, mientras se moviliza entre unas mesitas adornadas con varias “carpetas” tejidas en crochet (por ella), un montón de porcelanas y una que otra muñeca plástica.

Doña Nuncia conserva su carné de integrante del Partido Liberal, expedido en 1944 y su tarjeta de identidad. Los muestra mientras explica que toda su familia ha sido del partido “rojo”. Qué sólo un hijo quiso volverse conservador, pero que “no pasó a mayores”. Su identificación sirve como excusa para conocer el origen de su particular apellido. “Canro no es de Bogotá, mi papá era español” puntualiza.

Y de su padre pasa a su esposo, José Manuel, quien murió hace 32 años. Con él, Anunciación tuvo sus cinco hijos, dos hombres y tres mujeres, las cuales aprendieron de su madre la preparación de la chicha. Una de ellas, Myriam, cuenta que como su mamá ya tiene tantos años, le ayuda con buena parte del proceso cada vez que puede. Pero se apresura a aclarar que por su mal genio a ella no le espesa bien la mezcla. “Es que eso influye. Para espesarla, es mejor mi hermana Manuela, yo ayudo más bien a moler el maíz y a hacer el agua de panela”, dice.

En un rincón del corredor, Doña Nuncia tiene una inmensa caneca de plástico. “Este es el ‘enfuerte’. Es chicha muy fermentada que guardamos. Esa luego se usa para que el recipiente de madera quede listo para fermentar”, dice Myriam acerca de ese líquido amarillo con manchas blancas, que desprende un olor penetrante.

En el tercer piso, tienen un molino eléctrico, el cual usan para obtener la masa, y al que Myriam aprecia mucho pues aliviana el trabajo. “Con el molino manual es muy demorado” dice, al tiempo que su madre empieza a mover la mandíbula para explicar como molían los “chibchas” el maíz para la chicha.

En 86 años, la vida le ha dado a Doña Nuncia muchos momentos felices. Siempre le gustó bailar, desde pasillos hasta tangos, aunque confiesa que estos últimos le costaban dificultad, sobre todo si el parejo era aprendiz. Hoy, aunque sus piernas ya no dan para la danza, ha sido fiel a la música a través de sus dos grabadoras, las cuales alterna semanalmente. La más antigua de ellas, la tiene hace más de 40 años.

Siempre le gustó el trabajo, tanto como la fiesta, la chicha y la cerveza. Por eso laboró 22 años para Cine Colombia, hasta jubilarse. Por eso, manejó la cantina de la Plaza de toros la Santa María, en tiempos que el toreo era atracción principal en Bogotá. Por eso tuvo tienda en su barrio, aunque la abandonó años después, tras perdonar muchas deudas a los borrachos. Por eso, toda su familia es rumbera.

Por eso, no se entristece cuando cuenta que el médico le prohibió tomar chicha, luego de su última borrachera, la cual le implicó asistir “enguayabada” (con resaca) a misa, ante el asombro de sus hijas.

“Es que yo ya tomé mucho”, dice tiernamente, al tiempo que recuerda sus tiempos de juventud. “Yo, con mi esposo me pegaba mis ‘buenas jalas’. Los vecinos nos reconocían cuando subíamos tambaleándonos por la loma en la noche, después de cerrar la tienda. Se reían y gritaban: Ahí van los señores Escobar”

lunes, diciembre 12, 2005

Mi hermano


Hace unos meses mi hermano Javier Augusto (de camisa a cuadros) estuvo en Paris. 'Muerto' de la envidia, he decidido publicar esta foto, donde se le puede ver, con su anfitrión, en la base de la torre Eiffel. En unos meses, Gusto (que así le llamamos en confianza a mi hermano) y su esposa terminarán sus respectivos doctorados en la ciudad de Concepción (Chile) y regresarán a Colombia. Ellos son Biólogos Marinos.

(He actualizado recientemente los viejos episodios. He incluído algunas historias de mis tiempos de universidad. ¡Espero que las disfruten!).

viernes, diciembre 09, 2005

Poesía 19

Busco la compañía del risco, porque vivo en él de alguna manera, y porque envidio su imperio. Quiero ser su hermano, y fundirme con sus rocas. Y robarle uno que otro aire perdido en su cumbre. Podría darle a cambio, los veinte tipos de soledades que he conservado conmigo.

Pero no quiero cederle el color que me acompaña. Me lo quedo para bendecirlo y culparlo. Para dejárselo ver al pueblo que me lo regaló cuando era apenas un niño. Para ufanarme de él, ante un puñado de idolatras incurables que me acogen uno que otro sábado. Y para bañar mis ojos.

No he saldado mis deudas con el horizonte. Ni con el atardecer al que le robé mis mejores temores. Mi camino es el de los hombres perdidos. El de los vientos helados. Y el de los sonidos toscos.

Porque nada de lo que duerme en estos dedos ha sido debidamente liberado. Nada de lo que arde en mi garganta descansó en los oídos escogidos. Todo se quedó sembrado entre la carne y las quimeras.

martes, diciembre 06, 2005

Ella, su perro feo y yo

Yo tenía 20 años y vivía en Popayán. Con cuatro años de estudios universitarios encima, era un tipo muy tímido con las muchachas, que reposaba su soledad en la poesía de Arthur Rimbaud y en las noches de aguardiente caucano con un par de buenos amigos que me aceptaban con mi existencialismo y mis tristezas. Entonces la conocí a ella.

Pequeñita y delgada, brotó de la oscuridad del parque de El Recuerdo, acompañada por un perro feo, negro y canoso, que nunca terminó de agradarme. Lo llevaba con orgullo y le hablaba como lo que era, su mejor amigo.

Bastaron un par de minutos para que el “galán” del trío nocturno del parque, entablara una conversación fluida con ella (Por supuesto ese no era yo, sino mi amigo E). De repente éramos cuatro las personas que discutíamos animadamente sobre el sentido de la vida en las tribunas de la cancha de microfútbol.

Ella empezó a hablar de libros que yo no había leído y de temores que yo no había experimentado. Nos miramos varias veces. Y supe que esa mujer tenía tanto que decir que era necesario compartir su vida entera para beber lo que había en su mente.

Al ver lo que estaba pasando, mis amigos empezaron a hacer de 'celestinos', y cada vez nos dejaban más sólos. Estaban felices de verme intersesado en ella. Como un par de hermanos mayores que animan a su hermanito a ser un conquistador. Como un par de viejas casamenteras que están seguras de haber armado la pareja perfecta.

Y desde ese día, y por un año, Ella, su perro feo y yo, fuimos inseparables.

jueves, diciembre 01, 2005

Here comes the sun

Es una mañana soleada. El viento mece la cortina de mi ventana suavemente, y sigue su camino hacia mi escritorio y mi rostro. La luz y el aire se juntan para visitarme y darme su mensaje de serenidad. Al fondo, bien a lo lejos se escuchan leve y delicadamente, los sonidos de los motores, desde el del avión que está en algún lugar allá arriba, hasta las pequeñas motos que van por las solitarias calles de el barrio donde estoy, La Castellana.

A lo lejos veo pasar un pájaro, de esos bonitos cuyo nombre nunca me aprendí. Creo que así es mejor. Me hace sentir más libre cuando lo miro cruzar el parque volando, y dividiendo sutilmente en dos ese cielo azul característico de las mañanas como esta.

El cesped, deja dormir sobre sí unas cuantas sombras de las ramas de los árboles. Su verde intenso sobresale por que la penumbra alterna con ellas. Pero nunca se ve tan vivo, como cuando algún obrero muerto del cansancio, se vota a descansar allí, sin importarle nada y a pierna suelta.

Hoy hasta ese par de nubes solitarias y deshilachadas se ven hermosas. ¿Y que decir de ese ritmo encantadoramente lento de esta esquina que observo desde mi ventana? Uno que otro anciano se pasea por allí. Uno que otro reciclador se detiene a ordenar su humilde carga. Uno que otro hermoso automóvil pasa pintando su rastro sobre el viento.

Mientras la cortina se sigue moviendo, llevo el aire fresco a mis pulmones, y luego exalo con fuerza para recordarme que estoy vivo, y que todo este cuadro viviente es mío, porque así lo he decidido. Y empiezo a escuchar Here comes the sun, de The Beatles. Y me pierdo en su guitarra...