(Este cuento fue escrito a medias. El poema lo hemos creado entre mi amigo Giro (
http://girosintornillo.blogspot.com/) y yo. La narrativa es sólo de mi amigo Giro. El arte cobra su dimensión más espléndida, cuando la respuesta que genera es más arte)
Es fácil dejarme caer en el vacío, cuando sabes bien que alguien te quiere, tienes de que apoyarte. Yo no.
La crueldad parte por darse cuenta de esa verdad. Es no refregarse la verdad uno mismo, y olvidar por un rato que no tienes a nadie.
De todas esas formas posibles de querer quizás debe haber alguna que no caiga en el asunto. No te podré odiar.
No se como tu describes ese espacio lleno de nada, cuando son los recuerdos que hablan de ti que impulsan hasta algunas veces comenzar el día. De a pequeñas nostalgias se sale de cosas como esta ¿no?; un tipo de abrigo y algo de barba, con el cabello engominado y largo, se acerca a una ventanilla, se presenta como Oliverio, el automóvil esta quieto, en rojo, la pequeña ventana baja, el recita una serie de palabrerías de esas con argumentos de viejo y corazón de pequeño, una mujer llora, extiende un billete y una bofetada, es la paga por su ausencia, porque se vaya, su despedida ;el chasquido que da la palma con su mejilla. El sabe que no importa, que no lo pueden dañar, que no se puede ser dos veces mas vulnerable de lo que ya se ha sido, su corazón no se vuelve a partir.
Siempre que tengas una mano, antes de dejarla ir, tómala.
Antes de morir, el, deja entre manantiales lo que alguna vez entre pequeños cantos decidió por recitar .Su abrigo negro terminó por envolver la soledad que de apoco escondía bajo la mesa y el café por la mañana-para mostrar los efectos de eso que llevas por sonrisa- dice el.
Y en entre una servilleta de ese burdel, en donde se fue a despedir de las botellas sin titubear y en secreto, haciéndose el extraño, miedoso y excitado, a la prostituta que llevaba por compañía soltó lo que tenía guardado para otra, para no botarlo y morderlo, para no olvidarlo y suspirarlo, delineando su acento cremoso y seco, de cigarrillos de tabaco pastoso:
Cuando te extraño, al amanecer, deseo habitar todos tus sueños, tus pasos. Y continuar el diálogo que nuestros pies comenzaron en el vals. Cuando despierto, todos los colores de mi mundo quieren ser el almendra de tu mirada Entonces necesito respirar las notas de tu libertad.Sin sacar la mano de su mejilla izquierda recubierta de pelo, en donde se consumía el cigarrillo casi al filtro, confundiéndose con el aire sudado y viciado del sitio de pobres diablos, de golpe, y una vez que raspo su agua ardiente con cerezas por su garganta, y casi tosiendo comenzó a galopar sus versos lo mas rápido y fortuitamente posible para su lengua:
Trato de interpretar un rumbo en las luces de la noche. Y de olvidar contigo las estrellas marchitas. Cuando te extraño, al atardecer, deseo habitar tus alegrías. Entonces necesito impregnarme del perfume de tu fuerza. Dejo salir el suavizado humo por su nariz, cuyos orificios parecían mas grande que de costumbre-sonrió un poco, le miro fijo y como rebotando apreto los dientes- continuo:
Escribo en el lenguaje que tu rastro me ha inventado Y con los signos que tu presencia me dicta. Cuando el tiempo junta nuestros sueños, nos está llamando. Entonces necesitamos escuchar su voz.
Su lengua seca se vio caminante por sus labios partidos, pobres de todos los besos que perdió en todo ese tiempo-viendo a la mujer que estaba en el asiento del lado, sonriéndole, toda flaca, mal alimentada, con un peto brillante rojizo que se veía hasta tornasol amarillo con los neones, y su cabello alborotado y crespo que denotaban sus ojeras de tantas trasnoches como las estrellas salpicadas de rimel, sus arrugas alrededor de los ojos y sus labios finos mal pintados del mismo color que sus ropas, sin entenderlo en lo absoluto, solo sonriente , esperando la compra de otro trago y el pago de sus servicios, al menos por sus oídos, por estar ahí. Así es compra compañía-se dice el.
Oliverio se puso de pie, arreglo el cuello de su abrigo con nostalgia, soltó un par de billetes en la mesa. Solo se oyeron los tacos de sus botas en la escalera enclenque que salía a la superficie, a la ciudad ahuyante y envolvente, de luces ya no de neón pero igual de falsas, igual de inútiles, después de todo, el , aun no podía ver.